lunes, 12 de marzo de 2018

HUMOR NEGRO


[Bruce Jay Friedman, Stern, La Fuga ediciones, trad.: Rubén Martín Giráldez, 2017, págs. 238]

Es útil cuando se habla de un libro como este comenzar citando otros autores con los que comparte una profunda afinidad cómica: Franz Kafka, Flann O´Brien, Louis-Ferdinand Céline, Raymond Queneau o Gombrowicz. Friedman ha repetido en entrevistas que no los había leído antes de escribir “Stern”, su debut novelístico en 1962, aunque sí “El guardián entre el centeno”. La posición desengañada y distante respecto del contexto social, inscrita en la obra maestra de Salinger, es una parte significativa del bagaje literario de Friedman, pero su apuesta por el humor, la inmadurez y el tono menor lo alejan de esa estela de narradores judíos norteamericanos con los que ciertos críticos han querido compararlo.
Su trabajo como guionista de cine tradujo al lenguaje de las imágenes en movimiento algunos rasgos de su irónica visión del mundo, pero sus adaptaciones por Neil Simon, Steve Martin o los Farrelly no hacen justicia ni a su peculiar estilo ni a su chistosa manera de representar la comedia humana desde el sinsentido existencial y un agudizado sentido del ridículo. Es evidente que Woody Allen leyó a Friedman antes de poner en limpio sus ideas cinematográficas y si hay una película reciente que guarda parentesco con esta estupenda novela de Friedman, mostrando una influencia llamativa, es “A serious man”[*] de los hermanos Coen: el retrato implacable de un hombre judío tan apocado y dubitativo como Stern.
“Stern” se inicia, desde el prólogo, con una ofensa racial y sexual que precipita la profunda crisis de identidad que aqueja al personaje protagonista hasta el final y sirve de combustible para las divertidas peripecias que saturan las cuatro partes de la novela. Stern se ha mudado con su familia a un suburbio residencial y un día su mujer, mientras intentaba estrechar lazos entre su hijo y el hijo de un vecino yanqui de pura cepa, es empujada por este con desconsideración al tiempo que la tilda de “judiaca”. Para colmo, al caer al suelo boca arriba la mujer permite que el vecino fisgue en su entrepierna desnuda en una escena vergonzosa que se infiltra en la cabeza de su marido de modo obsesivo, como un signo de doble desprecio.
A partir de ese punto, la vida de Stern da un vuelco radical, le cobra un miedo cerval al hombre que los ha insultado, delante de cuya casa debe humillarse cada noche al pasar de vuelta del trabajo, los árboles de su jardín enferman, le diagnostican una úlcera, lo internan en una clínica para enfermos terminales donde descubre otro submundo sórdido y salvaje, regresa a su casa curado en apariencia, trata de vengarse inútilmente del vecino racista y, al final, se resigna a su condición de paria, plenamente consciente de su estatus de inferioridad étnica. “Stern” encarna así el perfil narrativo de una mirada centroeuropea, masoquista y culpable, trasplantada con ironía corrosiva al corazón palpitante de la vida americana de los años cincuenta.
En este sentido, “Stern” es el negativo novelesco de “Revolutionary Road”, la ficción realista de Richard Yates sobre la subsistencia suburbial de la clase media gentil publicada un año antes. El concepto “negativo”, además de un significado fotográfico, implica también el uso de esa variante rabelesiana del humor negro con que Friedman revela la verdad de las situaciones hasta transformarlas en grotescas e hilarantes. Es una novela irreverente que triunfa sobre el principio de seriedad frase a frase, escena a escena. Y demuestra, por si fuera poco, que cuando el humor negro (y su gradación o degradación de tonos anímicos) se mezcla con el humor judío produce una aleación innovadora y descacharrante.


[*] Aún recuerdo cuando vi esta estupenda película en un cine norteamericano en su estreno, allá por octubre de 2009. Lo que más me sorprendió entonces fue la reacción adversa de algunos críticos perceptivos, como Jim Hoberman del Village Voice, quien llegó a describir su humor, no exagero, como afín al nazismo y la visión hitleriana de los judíos…

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